Conforme el conflicto avanzaba fue cada vez más frecuente el caso de soldados que desertaban del ejército en el que se encontraban encuadrados y se “pasaban” a las tropas enemigas. Este tipo de evasiones –motivadas por afinidad ideológica con el bando contrario, por el deseo de reunirse con la familia o incluso por la mala situación y las carencias materiales que se sufrían en las trincheras–, eran muy peligrosas y en caso de fracaso podían acabar con la ejecución del evadido por parte de sus antiguos correligionarios (hubo algunos de estos trágicos casos entre nuestros paisanos). Lo más frecuente fue la desafección desde el Ejército Popular de la República hacia el denominado Ejército “nacional”, que fue ganando terreno y prisioneros de forma constante. En la muestra de 577 combatientes cullarenses que llevamos recopilados hasta el momento tenemos noticia de unos 50 evadidos desde el bando republicano al nacional, es decir, cerca de un 10 % por el momento.
Pero tampoco fue extraño el caso contrario: el pasarse desde las filas rebeldes al bando del gobierno legítimo. Lo que, en el supuesto de sobrevivir a la guerra, acabarían pagando estos desertores con la prisión. Este fue el caso de este joven cullarense cuya historia contamos ahora aquí.
Miguel Rodríguez Torres –conocido popularmente como “Chaparro” – nació el 3 de mayo de 1914 en el anejo de Venta Quemada. Era hijo de Andrés Rodríguez y de Antonia Torres. De profesión labrador, muy joven casó con Gregoria Cañadas, con la que no tendría hijos hasta después de la guerra. Perteneciente al reemplazo de 1935, sería alistado en el Ayuntamiento de Cúllar para realizar el servicio militar. Fue tallado en 1,675 cm de altura y con un perímetro torácico de 92 cm. A finales de ese año se incorporó al Regimiento de Artillería Ligera nº 4 de Granada, donde llegó a alcanzar el empleo de cabo de la Segunda batería.
Al producirse el golpe de estado del 18 de julio de 1936 su unidad, como la mayor parte de la guarnición granadina, se puso del lado de los generales rebeldes, participando muy probablemente en la represión de los conatos de resistencia protagonizados por parte de la población civil y de las improvisadas milicias en barrios populares como al Albaicín. También tendría que colaborar en la defensa de la ciudad sublevada frente al asedio de las columnas milicianas y las unidades militares republicanas que cercaron Granada durante las primeras semanas de la guerra. Pero Miguel seguramente añoraba regresar con su familia, que se encontraba al otro lado del frente. Y aprovechó su oportunidad el 16 de mayo de 1937 cuando cruzó las líneas y se pasó a la zona republicana, donde acabaría la guerra. En su ausencia un juzgado militar rebelde le abrió una sumaria, que sería archivada al no poder ser capturado. Pero al acabar la contienda fue detenido y encarcelado, cumpliendo condena en la Prisión de Baza y en la Prisión Central de Guadalajara, de donde salió en libertad condicional por Orden del Ministerio de Justicia de 1 de enero de 1942.
Parte de su historia ya se dio a conocer en el libro «La Historia desenterrada: víctimas del franquismo y el exilio en Cúllar (1939-1953)», de Javier Castillo Fernández y Eusebio Rodríguez Padilla (Ed. Círculo Rojo y Ayto. de Cúllar, Almería: 2019).
Fotografía gentileza de su hija Mena Rodriguez.